EL ORDEN DE LOS ARCANOS según OSWALD WIRTH

Oswald Wirth


Para Oswald Wirth, uno de los autores esotéricos más lúcidos del siglo XX, el tarot es un camino de iniciación. Wirth distingue dos vías: la material (solar, activa, arcanos 0 a XI; lunar, pasiva, arcanos XII a XXI). Y para cada Arcano, Wirth da nuevos sentidos sin perder su significado arquetípico:

<< El Juglar a la búsqueda de la iniciación se topa en primer lugar con La Gran Sacerdotisa (II), detentadora de los secretos del mundo: para leer en su libro, se necesita la inteligencia de La Emperatriz (III) y del Emperador (IV). Con El Sumo Sacerdote (V) la iniciación se hace efectiva: el hombre va a conseguir elevarse a través de las pruebas de los otros arcanos, entre las cuales la primera será la tensión del Enamorado (VI), centro de la primera hilera de láminas, pues sin impulso efectivo nada es posible. Después de esta elección que lo compromete, el señor del Carro (VII) corre el riesgo de abusar de su poder y de enorgullecerse de su fuerza; La Justicia (VIII) le recuerda la ley del indispensable equilibrio, y, fuerte en su ideal, partirá como Eremita (IX) a través del mundo; pero, en la medida en que El Eremita busca la verdad, juzga y pone en movimiento La Rueda de la Fortuna (X) que da lo que él debe recibir, según su estado interior y su propio deseo de evolución. Sólo La Fuerza (XI) puede parar La Rueda de La Fortuna. Al término de esta primera vía, el iniciado ha encontrado lo que buscaba; La Fuerza tiene el mismo tocado que El Juglar: la lemniscata o signo de lo infinito.

Con El Ahorcado (XII), principio de la segunda hilera, el iniciado entra en un mundo invertido en donde los medios materiales resultan ineficaces: es la vía mística y pasiva. El arcano XIII sin nombre nos indica que la muerte, cuya lámina es roja, color de sangre y de fuego, corta y quema las ilusiones; lejos de ser el fin, es un comienzo. Pero en esta vida nueva que se nos promete no hay que forzar las etapas: las exigencias de La Templanza (XIV) son las mismas que las del Eremita (VIII); es únicamente tras haber cobrado conciencia de sus límites y adquirido el equilibrio interior cuando el hombre podrá afrontar al Diablo (XV), símbolo de la tentación más grave, la que nos promete poderes ocultos, tan grandes como los claros poderes de Dios, pero que tejen otros tantos lazos con la potencia diabólica. Desgraciadamente todas las construcciones del orgullo humano están condenadas a la caída, y he ahí La Torre herida por el Rayo (XVI). A partir de ahora, ya no le queda al hombre más que La Estrella de Venus (XVII), estrella doble de la esperanza y del amor, centro de la segunda hilera de láminas y base del eje vertical del Tarot. Como la Luna acompaña a la estrella en el cielo físico, así la sigue (XVIII) en el mundo simbólico del Tarot, portadora de los valores del pasado, poseedora de todo lo inconsciente, dominio de lo imaginario en donde se forman los sueños. Sin la alianza de la Estrella y de la Luna, no podríamos afrontar la luz y el fuego del Sol (XIX), arcano de la iluminación total, bajo el cual, por primera vez, el hombre ya no está solo. A partir de ahora, puede ser juzgado en su totalidad, en sí mismo y en sus obras. Su hijo, con los ojos del ángel del Juicio (XX), simbolizará el testigo. Ha alcanzado la cumbre de la iniciación, y El Mundo (XXI) no es entonces más que una especie de síntesis de lo que ha obtenido. "Ha logrado operar la transmutación del mundo objetivo en valor psíquico, es decir, en lenguaje alquímico, que habiendo partido del Juglar de la materia prima ha terminado en el oro" >>


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Alguna pregunta?