EL ORIGEN ICONOGRÁFICO DE "EL COLGADO"

El traidor

En el tarot de Pierpont Morgan, está representado por un hombre rubio que cuelga de un pie atado a un travesaño. Viste una camisa blanca y calzas verdes. Tiene las manos a la espalda, es de suponer que atadas, y el pie libre está flexionado ligeramente a la izquierda. Esta composición apenas experimentó variaciones en los tarots franceses, salvo algunos pequeños detalles que aumentan el dramatismo de la escena, como las palmas de las manos extendidas hacia abajo, el pelo que cae desordenado o el rostro desencajado por el terror.

De izquierda a derecha, el triunfo del Colgado en el tarot de Pierpont Morgan, de Nicholas Conver y de Jean Dodal.

La extraña representación del triunfo del Colgado ha inspirado todo tipo de interpretaciones rebuscadas aderezadas con cátaros, alquimistas, masones y demás tópicos de la literatura ocultista. Sin embargo, si estudiamos las fuentes de la época, la explicación resulta menos extravagante. En algunos documentos, el triunfo recibe el nombre de «l’Impiccato», el Ahorcado, pero también se denomina con frecuencia «il Traditore», el Traidor. Este segundo nombre nos da la clave para entender qué representa este triunfo, pues durante el Renacimiento uno de los castigos que recibían los traidores era precisamente ser colgados, ya fuera por la cabeza o por un pie. Por ejemplo, en agosto de 1412 Muzio Attendolo Sforza, padre de Francesco, abandonó al antipapa Giovanni XXIII para ponerse a las órdenes de su enemigo, el rey de Nápoles, y, como condena simbólica, este ordenó que fuera pintada su imagen colgando de una horca por el pie derecho en todos los puentes de Roma. En la mano izquierda el personaje colgado sostenía una cartela donde se leía: «Yo soy Sorza, villano de la Cotognola, traidor, que doce traiciones he cometido contra la Iglesia, contra mi honor; Promesas, Capítulos, Pactos he roto», (Antonio Petri, Diarium Romanum).

Otro caso: en 1443, durante el trascurso de una campaña contra Alfonso de Aragón que iba de mal en peor, varios capitanes de Francesco Sforza comenzaron a cambiar de bando. Las dos traiciones más sonadas fueron las de Troilo da Rossano, que estaba casado con su hermanastra Bona Caterina, y la de Pietro Brunoro. Como explica Daniela Pizzagalli, «cuando tuvieron noticia de estas traiciones infames, los fieles ciudadanos de Cremona expusieron sobre el Torrazzo [la torre más alta de la ciudad] las imágenes de los dos capitantes infieles colgados por los pies».
Este tipo de castigo no sólo se aplicaba a las traiciones militares, sino también a las de naturaleza económica. Al respecto, Andrea Vitali destaca un curioso caso relacionado con el espionaje industrial:

«En referencia a la pena dada a los traidores, en el diario manuscrito de Iacopo Rainieri, que reporta noticias sucedidas en Boloña entre el año 1535 y el 1549, encontramos escrito: “en el día 21, se puso en la plaza una hoja en la que estaban dibujados Cesaro di Dulcini y Vicenzo de Fardin, llamado el Vignola, los cuales estaban colgados por un pie por traidores a la patria. Habían llevado a la ciudad de Trento el trabajo de la seda […]”. En este documento, los dos traidores fueron “colgados por un pie” porque habían enseñado el arte de hilar la seda en otra ciudad, creando así la posibilidad de que la otra ciudad hiciera la competencia a los boloñeses».

Plato cerámico del siglo XV. Museo del Palacio Malatestiano de Padua.

Andrea Vitali también ha encontrado varios documentos iconográficos donde se relaciona la traición con el castigo de ser colgado bocabajo, como una representación en un plato cerámico realizado a finales del siglo XV que hoy se conserva en el Museo del Palacio Malatestiano de Fano. Aunque algunas partes del dibujo se han perdido, aún se distingue en el centro del plato un hombre colgando por un pie de una soga, que sostiene una mano, ¿de Dios?, desde un lateral. En la parte superior hay una inscripción bordeando el perímetro interior en la que aún se lee «Traditure No Te C [...]».

Vemos, por lo tanto, que el triunfo debe relacionarse antes que nada con la traición. Ahora bien, ¿qué relación existe entre la soga y la traición? Es decir, ¿por qué habían decidido que el castigo apropiado para los traidores era ser colgados bocabajo?

El ahorcado y los asesinatos antisemitas medievales

En el foro Aeclectic tarot, Michael J. Hurst retomó una pista apuntada por Gertrude Moakley sobre la relación entre las torturas infringidas contra los judíos y el Colgado del tarot. Hay varios casos documentados sobre la tortura y asesinato de judíos en Alemania durante los siglos XIV al XVI que consistían precisamente en colgar a los pobres desdichados de los pies, a veces junto a perros y cerdos, como el que describió un tal Andrea Gatari de Padova, delegado veneciano en el Concilio de Basilea (1433-1435), en su diario, que aún no he podido consultar personalmente, pero que Robert Mills resume así:

«One the earliest detailed records of the practice, in the diary of Andrea Gattaro of Padua, delegate from Venice to the Council of Basle, describes how, in 1434, two German Jews were arrested as thieves, tortured and encouraged to turn Christian. Of the two, one converterd and beheaded; the other, "condemned to be hanged by the feet, with a dog beside him", was drawn up on the gallows by a rope, where he remained for a time until, realizing that "his prophets had availed him nothing", he decided to call up the Virgin Mary for help. At this point, the dows "barking abated and at once he cried to the monk, santding below: "I wish to become a Christian!"».Suspended Animation: Pain, Pleasure and Punishment in Medieval Culture, Reaktion Books, 2006.

Por la barba con que solían ser representados los judíos, al menos hay dos casos donde el Colgado del tarot podría tratarse de un hebreo asesinado mediante este procedimiento; uno es el del tarot de París y otro el de la baraja de Catelyn Geoffrey, que presenta precisamente cierta influencia alemana. Pero habría que investigar con más detalle el caso italiano. ¿Era práctica común torturar de esta manera a los judíos en el norte de Italia en el siglo XIV? ¿Y en Francia en el XV?

A la izquierda, el triunfo del Colgado en el tarot de Catelyn Geoffrey; a la derecha, un grabado con la ejecución de un judío en una edición de 1586 del Chronick wirdiger thaaten Beschreybung de Johannes Stumpf.

Judas

Colgar a un hombre bocabajo parece que obedece en el caso alemán anterior al intento de humillar aún más a la víctima dándole el mismo trato que a un animal; pero la relación simbólica entre la traición y la soga se explica también si observamos la iconografía del Colgado en otras barajas renacentistas, como el tarot de los Medici, en las que se añade otro elemento a la composición: dos bolsas de monedas que el hombre sostiene en sendas manos. El conjunto de soga y monedas evoca de forma inmediata al mayor traidor de la literatura occidental, Judas Iscariote, el cual traicionó a Jesús por treinta monedas de plata. De hecho, en un documento de 1550, el Gioco di Tarocchi fatto in Conclave (una pasquinata recopilada por por P. Giovio en 1559), este triunfo se denomina precisamente «Judas». Y, como es sabido, Judas se suicidó colgándose de un árbol, lo cual supuso una doble traición. Veamos qué significa esto.

De izquierda a derecha, el triunfo del Colgado en el tarot de los Medici, en la hoja Rothschild y en la hoja Rosenwald.

En el tarot de Cary Yale, el traidor está escondido en el triunfo de la Esperanza. Es el hombre con una soga al cuello que se encuentra debajo de la mujer que está rezando. Según algunos estudiosos de principios del siglo XX (Emiliano di Parravicino, 1903), en la parte superior del vestido del hombre estaba escrita la leyenda «Juda Traditor», observación que comparten Stuart Kaplan y Andrea Vitali, pero hoy en día resulta indistinguible.

A la izquierda, el triunfo de la Esperanza en la baraja de Cary Yale. Debajo de la mujer que está rezando se encuentra Judas con una soga al cuello como símbolo de la desesperanza. A la derecha, dos paneles de la Capilla de los Scrovegni, en Padua, pintados por Giotto hacia 1305. Forman parte de dos series contrapuestas en las que se oponen vicios y virtudes. Aquí vemos la virtud de la esperanza, representada por una mujer alada a la que está siendo entregada una corona, que se opone a la desesperación, una mujer ahorcada a la que está aguijoneando un pequeño demonio.

En cualquier caso, haya existido o no este rótulo, en esta representación se manifiesta la segunda gran traición que cometió Judas: la desesperanza. Según el Evangelio de San Mateo(27, 3), Judas se arrepintió de su traición, lo que le podría haber redimido, pero luego se ahorcó desesperado por lo que había hecho. Esto agravó aún más su pecado, pues suponía negar el perdón de Dios. La base de esta reprobación parte de Agustín de Hipona, que en La Ciudad de Dios condenaba el suicidio de Judas sin paliativos:

Detalle de la Esperanza en la baraja de Cary Yale

«Concedamos con razón el hecho de Judas: la Verdad manifiesta que, al suspenderse de un lazo, más bien aumentó que expió la felonía de su traición. En efecto, desesperando de la divina misericordia con mortales remordimientos, cerró para sí todo camino de una penitencia salvadora. Pues bien, ¡cuánto más debe abstenerse del suicidio quien no tiene culpa alguna que castigar en tal suplicio! Porque Judas, al matarse, mató a un delincuente, y a pesar de todo acabó su propia vida no solamente reo de la muerte de Cristo, sino de la suya propia. Se suicidó por su propio crimen, pero, además, añadió un segundo crimen».La Ciudad de Dios. I, XVII.

Esto no significa que este triunfo represente a Judas en todas las barajas del tarot. Solo podemos estar seguros de esta identificación cuando aparecen las bolsas de monedas. En los demás casos es conveniente relacionar la alegoría únicamente con el concepto de traición y, por extensión, con el pecado, el vicio, el mal, la entrada al Infierno. Ahora bien, ¿por qué se incluyó la traición entre los triunfos de la baraja? ¿Qué papel desempeñaba en la estructura narrativa que poco a poco estamos descifrando? Aquí se encuentra el verdadero misterio que esconde este triunfo.
La maldad de Judas

En las barajas renacentistas estaban representadas, cuanto menos, tres virtudes —la fortaleza, la justicia y la templanza—, pero el pecado sólo se muestra en el triunfo del Colgado y esto es desconcertante. Me explico mejor: en la época estaba muy en boga abordar artísticamente el mal a partir de los pecados capitales, que reciben este nombre al considerarse la causa primera de los demás. Desde principios de la Edad Media, se consideraba que estos vicios eran siete: vanagloria, envidia, ira, acidia, avaricia, gula y lujuria. Sin embargo, en vez de emplear cualquiera de ellos para simbolizar el mal, en las barajas del tarot se decantaron por la traición. No es un caso excepcional.

En la Divina Comedia de Dante encontramos un ejemplo muy significativo de la traición y Judas como representación máxima del mal. En esta obra, Dante describió el Infierno como una serie de estratos superpuestos, ordenados de arriba abajo en función de la gravedad del pecado cometido. Cuanto más horrible y espantoso ha sido el vicio en que se ha incurrido en vida, más abajo se termina en este Infierno vertical. La zona más profunda está reservada a los traidores, pero hay otra aún más abajo, la Judea, en el mismo centro del Infierno, donde mora Lucifer, que está reservada a los tres traidores supremos. El propio Lucifer se encarga de su castigo masticando a cada uno de ellos en una de sus tres cabezas. Dos traidores tienen las piernas dentro de las fauces del Diablo y la cabeza fuera. Son Casio y Bruto, que traicionaron a la patria, al poder terrenal, al Imperio, al asesinar a Julio César. El tercero es Judas Iscariote, el mayor traidor al poder espiritual, a la Iglesia, que para mayor tormento tiene la cabeza dentro de la boca y las piernas fuera, una posición que recuerda a la figura invertida del Colgado. Por lo tanto, cabe preguntarse ¿por qué la traición representa el peor de los pecados que puede cometer un ser humano si ni siquiera formaba parte de los pecados capitales?

El Diablo devorando a los tres traidores en una ilustración de un manuscrito italiano del siglo XV de la Divina Comedia (MS. Holkham misc. 48). Obsérvese cómo Judas está bocabajo dentro de las fauces del Diablo. © Bodleian Library.

En parte, la razón podría explicarse por la mala fama de Judas, la cual había empeorado aún más a finales de la Edad Media como resultado de la reelaboración de su historia en La leyenda dorada. Esta obra es una recopilación de relatos sobre varios santos y mártires cristianos escrita por un monje dominico llamado Jacopo de Vorágine durante la segunda mitad del siglo XIII. Gracias a su estilo claro y la pericia narrativa con que enriqueció las leyendas con elementos folclóricos y literarios, la obra gozó de gran popularidad y se convirtió en una de las principales referencias hagiográficas del Medioevo. Vorágine dedicó un pasaje de la vida de Matías a describir la vida de Judas antes de que conociera a Jesús y lo hizo mezclando algunos temas de literatura griega, como las desventuras de Edipo.

El suicidio de Judas en el salterio de Guiluys de Boisleux. (Después del año 1246). © The Morgan Library & Museum

Según Vorágine, había una vez en Jerusalén una mujer llamada Ciborea, que estaba casada con un hombre de la tribu de Judas llamado Rubén. Ciborea se quedó embarazada y tuvo un sueño premonitorio, en el cual se advertía que el hijo que esperaban provocaría la perdición de Rubén y toda su tribu. Asustados, cuando nació los padres arrojaron al niño al mar metido dentro de una cesta. Empujada por las olas, la cesta llegó a las costas de la isla de Iscarioth, de donde más adelante tomaría el nombre de Judas Iscariote. La reina de esta isla no tenía hijos y cuando descubrió la cesta dijo que el niño era suyo después de haber fingido durante unos meses que estaba embarazada. Poco tiempo después, tuvo un hijo del rey. Los dos niños se criaron en la corte y, cuando entraron en la adolescencia, Judas comenzó a atosigar a su hermano. Como las afrentas de Judas iban de mal en peor, la reina se cansó de él y dijo la verdad, que era un niño adoptado sin sangre real. Judas se enfadó mucho al saberlo y mató a su hermano. Huyendo de una segura condena a muerte, marchó hasta Jerusalén, donde entró al servicio del rey Pilates y se convirtió en su hombre de confianza.

Un día, Pilates se encaprichó de unas manzanas que crecían en el patio de una casa vecina a su palacio y pidió a Judas que le consiguiera unas cuantas. Aquella casa era la de Ceborea y Rubén, que aún daban a su hijo por muerto. Sin saber que eran sus padres, Judas marchó hasta su casa y comenzó a coger las frutas que quería el rey. Al descubrirle, Rubén le increpó y Judas le mató rompiéndole el cuello con una piedra. Todos pensaron que Rubén había muerto de forma natural y, en premio por las manzanas, Pilates recompensó a Judas entregándole a Ceborea como esposa.

Pasado un tiempo, Judas descubrió a Ceborea llorando y la mujer le contó la razón de sus penas, lo mal que se sentía por haber abandonado a su hijo en el mar, por haber perdido a su primer marido y por verse ahora casada con él. Judas comprendió entonces que él era el hijo de Ceborea y se sintió aterrado ante la magnitud de sus pecados: había matado a su padre y yacido con su madre. Desesperado, salió corriendo de la casa y fue al encuentro de Jesús, al que pidió perdón por todos los delitos que había cometido.

El resto de la leyenda que narra Vorágine se mantiene más ajustado a la versión tradicional. Jesús le perdonó y le incluyó entre sus apóstoles, pero Judas terminó traicionándole por treinta denarios de plata. Luego, atormentado por la traición y convencido de que Dios no iba a perdonarle, se suicidó desesperado.

Con esta popular versión, Judas, además de traidor, se convirtió en un terrible asesino que había cometido incesto. Por si fuera poco, se empezó a identificar al personaje con el pueblo hebreo y terminó condensando también todos los prejuicios antisemitas de la época. Judas, los judíos, habían vendido a Jesús, habían traicionado al mismo Dios. En parte, esto explica por qué Judas es considerado la quintaesencia del mal, pero para entender por qué la traición estaba tan mal considerada, por qué les obsesionaba tanto como para que representase el peor de los pecados en el tarot, debemos analizar también ciertas circunstancias de la época.
Entre traidores

Rara es la biografía sobre Filippo Visconti, desde las crónicas de la época hasta los textos contemporáneos, donde no se destaque su actitud paranoica. Decembrio, por ejemplo, contaba que «no se entraba en el palacio si no se era familiar y bien conocido. Desde que Filippo Maria vivía en el castillo de Porta Giovia, nadie podía presentársele sin que él no estuviera ya informado [de que iba a ir] por los guardias que tomaban nota de todo el que entraba y salía». Efectivamente, parece que Filippo Maria era dado a cierta manía paranoica, ahora bien, también debemos tener en cuenta que prácticamente fue el único miembro de su familia que ni murió asesinado ni debió de asesinar a la mitad de la parentela para conservar el poder, por lo que quizás no debamos preguntarnos si Filippo Maria era paranoico, sino si era lo suficientemente paranoico.

El Colgado del tarot de París.

Sin llegar a los extremos del asesinato entre parientes, la traición fue algo muy frecuente en la Italia del siglo XV. Francesco traicionó a Ludovico II Gonzaga, cuyo padre había sido uno de sus más fieles compañeros. En 1453, en plena guerra con Venecia, acordó con él casar a una de sus hijas con Galeazzo Maria, lo que le permitió contar con su importante fuerza militar. Una década después, en 1463, Francesco pensó que sería mejor casar al primogénito con alguien de mejor alcurnia, a ser posible emparentado con la monarquía francesa, y, con la excusa de que la familia Gonzaga tenía tendencia a la joroba, quiso posponer el acuerdo matrimonial hasta que un equipo de médicos no hubiera palpado hasta el último milímetro del cuerpo de la prometida, la hermosa Dorotea, una humillación a la que, como era previsible, se negaron los Gonzaga.

Peor aún fue la manera en que traicionó a Jacopo Piccinino, hijo del célebre condottiero Niccolò Piccinino. Siguiendo las hormas de su padre, Jacopo se había convertido en un capitán de mercenarios muy peligroso. Su pericia militar y su audacia hacían temblar a toda Italia cada vez que salía de campaña. Hacia 1460 era uno de los principales enemigos de Francesco Sforza y también estaba enfrentado con Ferrante de Aragón, rey de Nápoles. Como hiciera en su día Filippo Maria ofreciéndole a Bianca por esposa para quitárselo de encima, en agosto de 1464 Francesco le dio a su hija Drusiana en matrimonio. Confiando en su palabra de que no le sucedería nada, dado que Ferrante era aliado de Francesco, en junio de 1465 Jacopo marchó hasta Nápoles en una misión militar. Al poco de llegar, siguiendo el plan urdido por Francesco y Ferrante, fue encarcelado y asesinado, simulando que se había matado mientras trataba de fugarse por una ventana. Drusiana nunca le perdonó que hubiera asesinado a su marido, de quien ya esperaba un hijo, y pasó el resto de sus días alejada de Milán.

Y Francesco no era, ni de lejos, un personaje dado a la traición. Sólo analizar las traiciones cometidas por Filippo Maria requeriría un libro entero. Una de sus hazañas traicioneras más célebres, por ejemplo, fue al mismo rey de Francia. En febrero de 1435, tras la muerte de la reina Giovanna de Nápoles, comenzó una guerra entre Alfonso V de Aragón y René d'Anjou por el reino napolitano. En un principio, Filippo se alineó del lado francés y envió una pequeña flota comandada por Biagio Assereto contra la armada aragonesa, que estaba fondeada en Ponza (una pequeña isla del Lazio). En un golpe de suerte y estrategia, Assereto consiguió ganar a los aragoneses y tomó prisionero a Alfonso y varios personajes de alta alcurnia que le acompañaban. Hubiera bastado otra fuga accidentada, o cuanto menos que hubiera retenido a su ilustre rehén durante una buena temporada, para que Filippo hubiera cumplido su palabra con su aliado, pero, para sorpresa de todos, en octubre le dejó marchar después de haber firmado un acuerdo de mutua defensa.


La traición como razón de Estado

Este caos de alianzas reformuladas a cada instante, en gran parte, se explica por la inestabilidad política de la Italia del siglo XV, fragmentada en una veintena de ciudades Estado celosas de su independencia. El equilibrio era muy precario y dependía de los movimientos expansionistas de las cinco grandes potencias de la península: el ducado de Milán, Venecia, la república de Florencia, los estados pontificios y el reino de Nápoles.

El norte estaba disputado por venecianos y milaneses. Además, Venecia trataba de expandirse por el sur siguiendo el litoral de la costa adriática, lo que provocaba conflictos con los estados pontificios y Ferrara. El ducado de Milán pretendía anexionarse la rica ciudad de Génova y debía mantener la guardia alta frente a la amenaza francesa. Cuando no estaba involucrada en un conflicto mayor, la república florentina se expandía a costa de sus vecinos (Arezzo, Pisa, Cortona, Livorno, Lucca) y los papas siempre estaban dispuestos en conquistar una nueva localidad que pudieran legar a sus “sobrinos”. En el sur, Nápoles era una fuente constante de conflictos, los cuales terminaron involucrando a franceses y españoles. Entre estos cinco gigantes, había una quincena de ciudades pequeñas, como Mantua, Siena o Ferrara, que iban aliándose con unos u otros para conservar su independencia.

Cada vez que una potencia se lanzaba a una campaña expansionista, el resto de ciudades se aliaba para frenarla, pero al mismo tiempo cada una trataba sacar provecho de la inestabilidad bélica para ampliar sus fronteras. Cuando una se volvía demasiado fuerte, demasiado peligrosa, el cuadro de alianzas volvía a recomponerse frente a la nueva amenaza. Además, a este equilibrio precario debemos sumar el hecho de que los ejércitos se alquilaban por temporadas y que los condotieros tenían a su vez sus propias ambiciones territoriales, como fue el caso de Francesco Sforza o Niccolò Piccinino. A río revuelto, ganancia de pescadores y, si la paz comenzaba a durar demasiado tiempo, ellos mismos comenzaban una guerra con la que obtener recursos para pagar las soldadas.
Esta tensión continua por recuperar el equilibrio de fuerzas que unos y otros alteraban cada vez que se ponían en movimiento nos permite entender el trasiego de alianzas que caracterizó el quattroccento italiano. Si una potencia empezaba a adquirir demasiada fuerza, si un vecino amenazaba con volverse demasiado poderoso, los demás formulaban un nuevo cuadro de alianzas que permitiese contrarrestar su fuerza antes de que fuera demasiado tarde. Parafraseando la célebre frase de Lampedusa, había que cambiarlo todo para que nada cambiase.

Desde esta perspectiva, el triunfo del Colgado adquiere matices muy interesantes. Los príncipes italianos debían de realizar una y otra vez malabarismos diplomáticos para sobrevivir a un mundo de intrigas y traiciones. Era imposible perdurar en el gobierno sin saberse mover entre bambalinas, con acciones imprevistas que, además de delictivas, constituían graves pecados. Gian Galeazzo Visconti se fingió un inútil inofensivo hasta que pudo desembarazarse de su tío Bernabò y lo mismo hizo Filippo Maria hasta que su hermano murió asesinado, quizás, por orden suya. Muy pocos se dieron cuenta del poder real que estaba atesorando Cosimo di Medici hasta que fue demasiado tarde y, tras liquidar a sus adversarios políticos, se adueñó de la República de Florencia. En la política italiana del siglo XV, todo vale con tal de conseguir un objetivo beneficioso para el Estado o la familia.

El Colgado como Judas en una edición de minchiate realiza a principios el siglo XIX.

Esta visión pragmática de las relaciones diplomáticas y sociales, donde el fin justifica los medios, incluida la traición, cobró forma literaria en el célebre Príncipe de Niccolò Maquiavelo. Escrito en 1513 con el objetivo de granjearse la simpatía de los Medici, en este ensayo Maquiavelo expone las cualidades que debe reunir un buen príncipe. Debía ser alguien que pudiera contrarrestar los vaivenes de la fortuna gracias a su virtud, entendiendo por virtud la fuerza de las armas y el dominio calculado e inclemente sobre las fuerzas que pensaba podían desestabilizar el Estado: el pueblo descontento y los poderosos ávidos de poder. Angustiado por el creciente dominio que las potencias extranjeras, los bárbaros, estaban ejerciendo sobre Italia, el modelo de príncipe que propone Maquiavelo no se basa en una autoridad moral derivada de la ética o la religión, sino en la solidez de un gobierno tiránico apoyado en un ejército de tropas propias, pues consideraba, con razón, que los mercenarios eran tan peligrosos como inútiles a largo plazo. Es decir, según Maquiavelo, si un príncipe quiere conservar el Estado, y por lo tanto el bienestar de sus súbditos, no debe regir su comportamiento por la ética o la religión, sino por la efectividad de sus actos a largo plazo. Por eso no importa, por ejemplo, arrasar una ciudad enemiga hasta sus cimientos si así el propio Estado queda fortalecido. Claro está, con estas premisas, la traición se convierte en una nimiedad. De ahí que Maquiavelo concluya que:

«No puede, por tanto, un señor prudente —ni debe— guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero —puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra— tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya […]. Pero es necesario saber colorear bien esta naturaleza y ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar».

Y lo más llamativo es que, salvo el detalle de los mercenarios, Maquiavelo ni siquiera fue original. En realidad, se limitó a poner en negro sobre blanco el comportamiento de los príncipes italianos durante el siglo XV, que no titubearon en cometer cualquier delito moral o religioso en aras del bienestar del Estado, es decir, de ellos mismos. ¿Cómo es posible, entonces, que la traición se considerase el peor de los vicios, el único crimen moral representado en el tarot, si no había príncipe italiano que no la hubiera perpetrado una y otra vez?
La desesperación

Creo que, en parte, esta paradoja es resultado de una contradicción natural entre el horizonte moral de la época y las necesidades prácticas de los príncipes, pero también cabe una interpretación algo más sutil. En el tarot de Cary Yale, Judas no aparece como símbolo de la traición a Jesús, sino representando la traición a la esperanza, una virtud a la que se contrapone directamente en el mismo dibujo. En las demás barajas donde el hombre ahorcado se identifica con Judas sucede algo similar. La manera más explícita para representar la traición a Cristo es mostrando el momento en que Judas le da un beso en la mejilla, que era la señal convenida con los romanos para identificarle entre todos los apóstoles. Así lo vemos, por ejemplo, en la Capilla de los Scrovegni de Giotto. Sin embargo, en el tarot se prefirió destacar su último pecado, el suicidio por desesperación. En el Discorso sopra l’ordine delle figure dei Tarocchi (Monte Regale, c. 1565), una obra fundamental para entender el hilo narrativo del tarot, Francesco Piscina no habla de Judas, sino que enfatiza el crimen moral que le parece el suicidio, la desesperanza:

«Después del Viejo [el Ermitaño], sigue el Ahorcado, que ha llegado a esta situación por haber despreciado el buen consejo. El inventor del tarot lo ha incluido para representar un hombre triste, falso, vicioso, pestilente y, en conclusión (porque el buen consejo depende de las virtudes), un hombre privado por completo de toda virtud, que sin consejo, desesperado, se ha ahorcado. Y lo ha incluido para avisar sobre el fatídico final que llega a quien desespera […], un tipo de gente que merece ser odiada por todos y que muriendo pierde toda su fama y su nombre como si nunca hubieran nacido».
La desesperación de la que habla Piscina, la que está representada en el tarot de Cary Yale y, probablemente, en las demás barajas es una traición a Dios, porque supone negar la posibilidad de su perdón. Esto se observa con claridad en una de las consignas de los ars morendi (el arte del buen morir), un género literario muy popular durante los siglos XV y XVI, en el que se explicaba la manera de morir como un buen cristiano. Según estos textos, el Diablo y sus demonios aprovechaban la debilidad anímica de la agonía para conseguir el alma del moribundo, por lo que había que estar preparados para afrontar sus mentiras. Las dos obras más populares del género fueron el Ars moriendi CP y su versión resumida, el Ars moriendi QS, escritas a principios del siglo XV. Son tratados sencillos y de intención didáctica, reforzada por numerosas ilustraciones, en los que se ofrecen consejos para morir en la gracia de Dios.

En su versión resumida, el Diablo y sus demonios asaltan al moribundo con cinco tentaciones, las cuales son respondidas por inspiraciones de los ángeles. Las primeras cuatro tentaciones son la duda, la impaciencia, la vanagloria y la avaricia. La quinta tentación es precisamente la desesperación. El Diablo asusta al enfermo diciéndole que no tiene la menor esperanza de salvarse, pues ha pecado más allá de la posibilidad de ser perdonado por un Dios inmisericorde:

«O desdichado de ti, cata aquí cuantos pecados has cometido, tantos y tan grandes son que jamás podrás alcanzar perdón dellos, y bien puedes decir como dijo Caín: “mayor es la mi maldad que merezca perdón”. Mira como los mandamientos de Dios traspasaste. Que tú no amaste a Dios sobre todas las cosas y allende has injuriado a muchos y bien sabes tú que no puede ser salvado el que no guarda los mandamientos de Dios, porque Dios dijo: “Si quieres entrar en la vida perdurable, guarda los mandamientos”. Mas tú has vivido lujuriosamente, siendo soberbio, avariento, goloso e irascible; has vivido toda tu vida con envidia y pereza y muchas veces tú has oído predicar que un pecado mortal basta para condenar a un hombre para siempre en el infierno».

Según el anónimo autor del ars moriendi esta tentación es la peor de todas, pues «ninguna cosa ofende tanto a Dios como la desesperación». Pero el ángel responde, tranquilizador, explicando que Dios perdona todos los pecados si el arrepentimiento es sincero:

«O hombre por qué desesperas, aunque hubieras cometido tantos robos y hurtos y homicidios como arenas y gotas hay en la mar, y aunque que tú hubieras cometido todos los pecados del mundo entero y no hubieres hecho dellos penitencia ni confesión ni tuvieras ahora facultad y espacio para confesarlos, ni por eso debes desesperar, por que en tal caso basta la contrición solo de dentro, sin alguna vocal confesión».

Como vemos, son unas consignas amables y reconfortantes para el creyente. Aunque también se dice que el moribundo debe confesarse y recibir la extremaunción, en la práctica permite morir sin necesidad de ningún clérigo. Para salvar el alma basta con resistir unas tentaciones triviales para quien profesa la fe cristiana: arrepentirse y creer en Cristo y la Iglesia. «Ningún pecado del hombre puede ser tan grande que la misericordia de Dios no sea aún mayor», dice Petrarca enDe Rimedis hablando del temor de morir en el pecado (126) después de haber explicado que:

«[…] Nada es más grave que la desesperación; todos los demás males se pueden mitigar con remedios; pero la desesperación es el mayor y el último de los males: si asalta el alma en el momento de la muerte, ya no quedará tiempo para remediarla. Por lo tanto, a la desesperación siempre, pero sobre todo en el momento de la muerte, hay que oponerse con toda la vehemencia posible; porque es justo entonces cuando suele cogernos con más fiereza […]».

En última instancia, aquí está la clave para entender por qué se escogió la traición, a Judas, a la desesperación, como representante del mayor de los pecados en el tarot. Aunque no tuvieran el menor reparo en saltarse las normas cristianas e incurrir en el pecado, aunque no tuvieran miedo de ser excomulgados por el propio papa, todos los príncipes temían ser castigados en el Infierno durante toda la eternidad. Sin la certeza de que el arrepentimiento final limpiaría sus pecados, no podrían haber gobernado o, por lo menos, no en la manera poco escrupulosa en que lo hicieron. Por eso la traición, Judas, la desesperación, es el único delito moral que aparece en el tarot. El único pecado que no podían permitirse los príncipes italianos era perder la esperanza de ser perdonados por sus innumerables pecados.

Dos ilustraciones del ars moriendi QS de una edición de finales del siglo XV. A la izquierda, una legión de demonios tratan de tentar al moribundo con el pecado de la desesperación; a la derecha, el ángel rebate los argumentos del Diablo.

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